...Tantos esfuerzos y estrecheces, serían muchas veces recompensados con la loca alegría que había de llegar cuando la promesa se cumpliera.
No pasaba un día sin que el niño hablara de la muñeca. Se había vuelto para él como una hermanita de porcelana que no se separaba un instante de su imaginación. Abandono todos sus juguetes: los caballos de plomo, el trompo, el automóvil y el coche. Por encima de todos estaba la muñeca de los grandes ojos negros y el cabello rubio...
CASTILLO, Eduardo. El tesoro. En: Por la sabana de Bogotá y otras historias. Bogotá: fundación Gilberto Alzate Avendaño, 2009.p.62.
jueves, 12 de agosto de 2010
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